El vuelo del petirrojo
S us ojos…Aquel era el único pensamiento que me ayudaba a no perder el juicio. Pensar en esos ojos azules, tan profundos y limpios que se podían contemplar, en días claros, sus propios pensamientos de inocencia. Ella estaba tumbada, con aparente placidez, gracias a la gran cantidad de analgésicos que le eran administrados para el dolor, los cuales la dejaban totalmente sedada. Su cuerpecito, de apenas un metro de largo, se había estado apagando irremediablemente como una vela apunto de consumirse y su tiempo se escurría inevitable entre mis pensamientos. El dolor me destrozaba por dentro como si una bestia salvaje me arrancara con sus fauces hasta el último resquicio de mi alma. Una vez más, me decía a mí mismo, sólo quería mirar esos ojos una vez más, pero esta vez ya era demasiado tarde, sus ojos llenos de vida y sueños, de esperanza, esos preciosos ojos añil, habían perdido su brillo transformándose en unos malgastados y opacos trozos de vidrio. En ese momento una agó...