Cómo vivir sin corazón
El olor a
tibia tierra húmeda envolvía el aire de las callejuelas en aquella pequeña
ciudad.
Una
brisa pasajera hizo bailar aquel vestido de lunares, tan bonito, que le había
regalado su madre por su cumpleaños, provocando la mirada curiosa de alguno de
los caminantes que salpicaban la calzada en ese casual momento.
Poco a
poco un atractivo desconocido se le fue acercando y bajo la sorprendida mirada
de la joven, le acarició el rostro sutilmente, ruborizándole el alma.
Los ojos
del chico destellaban como dos luciérnagas y su improvisa presencia
emanaba tranquilidad, un bienestar de esos que prevalecen en el recuerdo.
Entonces
una sonrisa embaucadora le regaló un ramo de sentimientos y tal y como había
llegado se marchó, quedando impreso en los pensamientos de la joven y
llevándose su corazón tras él.
Comentarios
Publicar un comentario