EL CREADOR DE SUEÑOS

                                          




De camino al trabajo todo son rostros grises y miradas vacías. Las calles mojadas por las constantes lluvias otoñales provocan una especial irritabilidad en los viandantes, que malhumorados como el tiempo, caminan a marchas forzadas entre salpicaduras y malos modos. La mayoría de las personas no se distinguen unas de otras, produciendo una sensación de masa aletargada y decadente que es arrastrada sin fuerza, dejándose llevar por la inercia del paso del tiempo. Quizá, y sin saberlo, yo misma soy arrastrada, mezclándome como una más entre ellos, dejándome llevar como autómata sin voluntad, pero prefiero creerme diferente a pesar de que seguir ese rastro de cadenas sea lo más sencillo a veces.
Como de costumbre me dirigía hacia la pequeña cafetería que estaba situada frente a una pequeña plaza a mitad de camino entre mi casa y el trabajo, por lo que era habitual encontrarme allí cada mañana. Este precioso negocio estaba regentado por un singular anciano con un arraigado acento italiano, quien tuvo que emigrar hacía ya casi cincuenta años de su país de origen, por razones que desconozco. Siempre me gustó especular con esto imaginándome que era un antiguo capo de la camorra italiana, perseguido por mafias rivales a causa de una antigua rencilla que jamás cicatrizó.
Marcelo, era una persona con semblante serio, hasta que comenzabas a entablar conversación con él, entonces te dabas cuenta de que todo era apariencia, que en realidad era una persona que poseía un arraigado sentido del humor. Su rostro lo recorrían grandes surcos de experiencia que dramatizaban en cierta medida el devenir del  tiempos pasados. Sus ojos, de un profundo azul celeste, conservaban toda la sabiduría de la gente sencilla, de la gente libre, gente que ha sabido sortear toda clase de dificultades a lo largo de su vida sin mayor trascendencia, gracias a una simple y clara visión de ésta; “Escuchar lo que te dicen tus pensamientos, y hacer lo que te dicte tu corazón”. 
Era una persona elegante por naturaleza, le gustaba vestir bien y cuidaba mucho los detalles, como él mismo decía, “Sólo se haya el equilibrio entre cuerpo y alma cuando atiendes  las necesidades de cada uno de ellos, con la dedicación que se merecen”. En conjunto, era una persona capaz de transmitir tanta tranquilidad y confianza, que obnubilaba las mentes de las personas que, como yo, se acercaban a su local buscando algo más que un café con leche.
Pero lo que más me gustaba de Marcelo, sin duda alguna, eran las divertidas anécdotas que contaba sobre su vida, pues a menudo eran tan increíbles y espectaculares, que pareciesen sacadas de un libro de Julio Verne. Nunca sabré cuánto de verdad había realmente en aquellos relatos, pero en un mundo carentes de imaginación, un oasis de ése calibre, no podía pasar desapercibido para nadie.
- ¡Buongiorno amore!. ¡Aiiii!, cada día me tienes más innamorato. ¿Te pongo lo de siempre?
- ¡Anda ya, Marcelo! Mira que te gusta subirme los colores jejeje.
 Sí por favor, ponme un capuccino, pero esta vez, pónmelo cargadito, las preocupaciones no me dejan dormir.
-¡Oh amore mío!, otra vez con eso no. No puedo ver a una bella mujer sufriendo…
Y mientras decía esto su mente comenzaba a alejarse de aquella cafetería para perderse en otra época. De repente sus ojos comenzaron a iluminarse, e incluso se diría que su mirada había rejuvenecido, y de nuevo rememoraba una de sus historias...
-Alessandra… -Susurró aquél nombre como quien paladea un buen vino, degustando hasta la última sílaba. -Aún puedo oler el delicado perfume que exhalaba su cabello al contonearse, transportado por la  invisible brisa marina de aquel puerto de pescadores, ruborizándose éstos a su paso. Era una mujer de armas tomar. Tenía un carácter difícil. Era compulsiva, obstinada y caprichosa, y la mayoría del tiempo te sacaba de quicio. Pero la amaba con tal fuerza y pasión que hoy en día sigo estremeciéndome al decir su nombre. 
Recuerdo que en una mañana de verano Alessandra apareció por sorpresa en mi habitación. Yo aún dormía después de haber estado toda la noche trabajando en el bar que teníamos junto a la playa, el cuál había pertenecido a mi familia desde hacía ya varias  generaciones. De repente, me desperté sobresaltado y con el pecho empapado, y es que a Alessandra no se le había ocurrido otra cosa que echarme por encima el agua que contenía una gran caracola de mar, que hasta ese momento servía de florero en lo alto de la cómoda.
Ella soltó una gran carcajada y acto seguido comenzó a bajarme los pantalones del pijama. Sorprendido, y sin pensármelo dos veces, la agarré de la cintura y la subí encima mía, a lo que ella respondió riéndose a carcajadas: - ¡Eres un tonto!, ¡no es eso lo que quería!-
 Y levantándose de la cama comenzó a explicarme.
-Hoy nos vamos de aventura, Marcelo- Afirmó decidida. -Vamos a la Isla De Las Palmeras. ¡Vayámonos sin nada, y vivamos como salvajes!- Gritaba embriagada de emoción.-
Por un instante quedé perplejo y no supe qué responder, pero unos segundos después reaccioné, y sujetándole las manos fuertemente le respondí:
-¿ ¡Pero tú estás loca, amore!?, ¡No podemos dejarlo todo e irnos como si nada!
Hay obligaciones, sabes Alessandra, no puedo dejar el trabajo e irme sin decir nada a mis padres, y mucho menos ahora que el pueblo está lleno de turistas, el bar se pone cada noche que no cabe ni un alfiler. Y además, ¿te piensas que no nos buscarían?, esto es un pueblo pequeño, y sabes bien que no somos de los que pasamos desapercibidos, precisamente.

En ese instantes la mirada de Alessandra se humedecía y la decepción se apoderaba de sus sentimientos, eso me destrozaba, ella lo sabía y jugaba con ventaja, me tenía a su merced.

Sinceramente amore de todas las locuras que has tenido hasta ahora, incluyendo aquella en la que compramos un velero para vivir como nómadas en el mar, ¡Ah, sí!, esa no se olvida tan fácilmente… Bueno pues de todas, sin duda esta es…- Y me quedé unos segundos expectante, los suficientes para crear en ella la incertidumbre que a mi tanto morbo me producía, pues no había cosa en el mundo que me gustase más que poder saborear ese instante en el que por un momento era ella y no yo, la que esperaba impaciente mi aprobación, y por ello alargaba ese momento todo lo que me permitía el suspense.
-... Es, es ¡la mejor de las ideas que has tenido en mucho tiempo, amore!, ya echaba de menos una nueva aventura de esas en las que somos sólo tú y yo ¡mordiéndole a la vida!- A pesar de que mi mente gritaba un NO rotundo, era incapaz de decirle que no a cualquier cosa que me pidiese. ¿Quién era yo para robarle sus sueños?.- En ese instante un arrebato de pasión se apoderó de nosotros, y apretando fuertemente nuestros cuerpos contra sí, nos disolvimos en un beso infinito. 
Sin más, ahí me vi, de la mano de la mujer más increíble que he conocido nunca, corriendo como locos hacia la playa, y sumergiéndonos en una de las mayores aventuras de mi vida, con el único pensamiento de huir de esa absorbente rutina que comenzaba a encadenarnos con más intensidad cada día.
Así fue como pasé una de las mejores etapas de mi vida. En una isla inaccesible para cualquier embarcación, prácticamente virgen y totalmente deshabitada, donde todo era selva y playas paradisíacas, con comida en abundancia y manantiales de aguas dulce tan limpias que reflejaban con detalle el cielo que nos envolvía. 
Dormíamos poco, comíamos cuando nos apetecía, y disfrutábamos del sexo como nunca antes lo habíamos experimentado. Éramos libres.
Era nuestro paraíso, hasta que un día, y sin saber porqué, Alessandra decidió regresar, simplemente se despertó un día, me miró y tras besarme me susurró al oído que ya era el momento de seguir hacia delante, dando así por zanjada una aventura que vivirá para siempre en mi corazón.
Cuando volvimos, algo en mí supo que ya no sería nada igual con ella. Y así fue, desde el mismo momento que nos despedimos ya pisando la arena de la playa del pueblo, no volví a saber nada más de Alessandra  ni de su familia. Fue como si se los hubiese tragado la tierra, y mi desesperación se hacía cada vez más insoportable. Años después, el 25 de septiembre del año 1980, mientras veía como los pescadores recogían sus redes, calentados por los últimos rayos del día, el cartero, que bien conocía mi situación, se acercó a mi y con una notable expresión de sorpresa en su rostro me entregó una carta sin remite, con el único dato que provenía del matasellos, procedente de Estados Unidos. En ese momento contuve la respiración, cerré los ojos, acerqué el sobre al rostro, y cogiendo todo el aire que podían contener mis pulmones, la voví a sentir. Tras unos escasos segundos inhalando el perfume del sobre, una extraña sensación de bienestar seguida de un hormigueo por todo el cuerpo me invadió de pronto. Tomé aire nuevamente para abrir el sobre, y comencé a leer en voz alta.



_Querido Marcelo:

Siento mucho no haberte escrito antes, he sido una cobarde por ello, pero no sabía cómo decirte que te había estado mintiendo.
Aquel día, en el que decidimos perdernos en la Isla de Las Palmeras, no te expliqué  la causa que en realidad me hizo marcharme, pero ahora mi mente no lo soporta más y a pesar del terrible error que estoy cometiendo, tengo la inherente necesidad de serte sincera.
Mi familia, había conocido meses atrás a un importante empresario estadounidense, y empezaron a entablar amistad rápidamente gracias a los negocios que éste comenzó a confiarle a mi padre. Tú sabes amore mío, cómo era la situación hasta antes de esto en mi familia. El único dinero que allí entraba era el que provenía de la venta ambulante, y muchas veces gracias a la caridad de los vecinos, podíamos comer.
Matheo, como se llama, en poco tiempo comenzó a intimar, no sólo con mis padres, sino también conmigo, hasta tal punto que se enamoró de mí.
Yo nunca le dí posibilidades, pero su obsesión por mí y su influencia sobre mi familia comenzaron a ejercerme presión, hasta que el callejón en el que me hallé no tenía salida. Mis padres lo organizaron todo para nuestra partida, y en un intento desesperado, te fui a buscar.
Pero el pasado, en algunas ocasiones, nos persigue, y como bien nos han enseñado desde jóvenes, las obligaciones no se pueden dejar de lado.
Mi familia era mi responsabilidad y aunque mi corazón me dictaba que me quedase a tu lado, el bienestar de mis padres me atormentaba con más fuerza cada día. No podía permitirme verles de nuevo en la miseria, entonces fue cuando decidí regresar.
Desde ese momento, permanezco junto a este hombre, siendo soga y no lazos los que nos unen, pero con la certeza de hacer lo correcto.
Mi amor por ti permanecerá enraizado en mí alma para siempre, a pesar de lo que tú sientas por mí después de leer esta carta.
Perdóname si alguna vez puedes.
Siempre tuya:

Alessandra_


Un silencio se hizo en aquella cafetería, en la que poco a poco habían ido entrando oyentes espontáneos, que eran atraídos por aquella tempestuosa historia. En ese momento, Marcelo sonrió, y todos nosotros nos quedamos inmóviles sin entender bien la situación.
-Marcelo, es una historia impresionante, pero con un final bastante triste. Lo siento de corazón, amigo.-
Y entonces él, se giró hacia mí y me dijo:
-Como en cualquier historia de amor, lo mejor está por pasar…
En ese instante surgió del fondo del establecimiento una figura que caminaba con elegancia entre la gente. Poco a poco pude intuir la imagen de una señora mayor, y conforme se acercaba se podía observar claramente los rasgos de una antigua belleza, mística, salvaje diría yo, que se acercaba hacia nosotros, y posando su mano sobre el mostrador dulcemente comentó:
-Marcelo, amore. ¿No te cansas nunca de contar esta historia?
A lo que él respondió, acariciando suavemente la frágil mano de la anciana.
Amore mio!, jamás me cansaré de recordar nuestra increíble historia de amor.
En ese momento un aplauso espontáneo inundó el salón de aquél pequeño café, y con mirada cómplice me dijo Marcelo:
- ¿Realmente pensabas que iba a dejar escapar al amor de mi vida? Cuando quieres algo con todas tus fuerzas, luchas sin excusas hasta conseguirlo.
Y entre bullicio, risas y mucho amor, terminé mi café y salí de nuevo a la oscuridad del día, bastante menos oscuro que de costumbre, con una única idea en mente: Vivir sin miedo.


Es curioso como con el paso de los años. Pasan ante nosotros personas anónimas, con un don muy especial, el de enseñarnos que para vivir la vida no tienes que dejarte llevar, hay que luchar por los sueños, por muy difícil que se ponga la situación, por muchas derrotas que experimentemos. Son personas que pasan desapercibidas para casi todos, capaces de despertar nuevas esperanzas a quienes se paran a escuchar. Son, como yo los llamo, los creadores de sueños.

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