Un día más
Es
sólo un día más, pero parece que la leve brisa que acaricia esos rebeldes
mechones que se desprenden de tu improvisado recogido, y el batir de las faldas
de tu vestido, hacen que mis pensamientos dejen ese limbo en el que últimamente
andan sumergidos y se posen levemente sobre ti. Son ya cerca de cincuenta
años los que llevo a tu lado, y todavía me parece un sueño del que temo
despertar.
Tú ignorando mi mirada, observas concentrada a través de la ventana el va y ven de vida que riega las calles de nuestra plaza, sentada en tu vieja butaca, que compraste de soltera, y que aún a día de hoy nadie a logrado que te desprendas de ella, a pesar de su deteriorado estado.
Es gracioso, pero esa terquedad tuya es la que me atrajo a ti el día en el que te vi por primera vez, discutiendo a pleno pulmón en la avenida central del pueblo, con un tosco feriante, sobre la forma en la que trataba a un pobre asno jorobado que cargaba su carro casi sin poder mantener el peso de su propio cuerpo, y como al final el viejo truhán cedió a tu terquedad dejando asno y carro a tu cargo por cinco duros.
En ese instante me miraste seria y me dijiste ''¿te vas a quedar mirando pasmado o me vas a ayudar a llevarlo a mi cobertizo?'' ... A partir de ese momento no nos separamos jamás.
Aaiii! que bonitos recuerdos, que aún hoy vivo con nitidez, aunque poco a poco se van difuminando como la arena del desierto en un día de tormenta.
Pero sigamos con este momento, dejadme pensamientos inquietos que retome esta visión, que tal vez no viva un mañana más y el hoy, se convierta en mi para siempre.
Vuelvo nuevamente a observarte, y compruebo como los tenues rayos de sol que entran zigzagueando entre las ramas de los árboles te acarician la piel, y como esos surcos que han ido profundizando con el paso de los años en tu rostro, no son más que los besos y caricias que te he ido dando todo este tiempo, y que permanecen memorizados en tu piel y deseosos de adentrarse en tu ser para no perderse en el olvido.
También me fijo en tus labios, esos labios acariciados por el aire que te besa a traición una y otra vez y que me enferma pensar que roba los besos que son para mí. Esos labios que han amado y aman con dulzura y que con dulces palabras siguen nombrándome cada día y recordándome quien soy cuando ya no soy.
Sí, te intento memorizar, memorizar tus ojos de brillo apagado y de aquejado dolor, tu color, tu textura y tu olor, para que cuando vuelva a perderme, cuando vuelva a ese maldito laberinto en el que los recuerdos se desvanecen como palabras perdidas, pueda retomar el camino de vuelta al tropezarme con tu embriagador perfume a lucidez, al acariciar esos besos que en su día te regalé.
Inés García Écija
Tú ignorando mi mirada, observas concentrada a través de la ventana el va y ven de vida que riega las calles de nuestra plaza, sentada en tu vieja butaca, que compraste de soltera, y que aún a día de hoy nadie a logrado que te desprendas de ella, a pesar de su deteriorado estado.
Es gracioso, pero esa terquedad tuya es la que me atrajo a ti el día en el que te vi por primera vez, discutiendo a pleno pulmón en la avenida central del pueblo, con un tosco feriante, sobre la forma en la que trataba a un pobre asno jorobado que cargaba su carro casi sin poder mantener el peso de su propio cuerpo, y como al final el viejo truhán cedió a tu terquedad dejando asno y carro a tu cargo por cinco duros.
En ese instante me miraste seria y me dijiste ''¿te vas a quedar mirando pasmado o me vas a ayudar a llevarlo a mi cobertizo?'' ... A partir de ese momento no nos separamos jamás.
Aaiii! que bonitos recuerdos, que aún hoy vivo con nitidez, aunque poco a poco se van difuminando como la arena del desierto en un día de tormenta.
Pero sigamos con este momento, dejadme pensamientos inquietos que retome esta visión, que tal vez no viva un mañana más y el hoy, se convierta en mi para siempre.
Vuelvo nuevamente a observarte, y compruebo como los tenues rayos de sol que entran zigzagueando entre las ramas de los árboles te acarician la piel, y como esos surcos que han ido profundizando con el paso de los años en tu rostro, no son más que los besos y caricias que te he ido dando todo este tiempo, y que permanecen memorizados en tu piel y deseosos de adentrarse en tu ser para no perderse en el olvido.
También me fijo en tus labios, esos labios acariciados por el aire que te besa a traición una y otra vez y que me enferma pensar que roba los besos que son para mí. Esos labios que han amado y aman con dulzura y que con dulces palabras siguen nombrándome cada día y recordándome quien soy cuando ya no soy.
Sí, te intento memorizar, memorizar tus ojos de brillo apagado y de aquejado dolor, tu color, tu textura y tu olor, para que cuando vuelva a perderme, cuando vuelva a ese maldito laberinto en el que los recuerdos se desvanecen como palabras perdidas, pueda retomar el camino de vuelta al tropezarme con tu embriagador perfume a lucidez, al acariciar esos besos que en su día te regalé.
Inés García Écija
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