El corazón de Noa



Es fácil para cualquier niño, mostrar sus sensaciones y sentimientos, ante cualquier tipo de situaciones, incluso en las etapas más inmaduras de su desarrollo. Por ejemplo, ahora mismo, en la esquina de la calle Tronsweels, junto a la panadería de las hermanas Marsons, una madre con un precioso bebe que descansa plácidamente en su carrito ajeno al resto del mundo, espera mientras mira su reloj cada vez con mayor frecuencia. En ese mismo instante, pasa la señora Gendrow, como cada día, en busca de su baguette recien horneada que ya le está esperando, bien empaquetada, en lo alto del mostrador de la panadería.
La señora Gendrow, es conocida en el barrio como la señora Engendro, dadas sus peculiaridades físicas. Pues bien, como iba contando, cuando la señora Engen…, perdón, Gendrow se acerca suavemente al bebe, el cual estaba observando en ese preciso momento como una mariposa revoloteaba alrededor de las hermosas petunias que adornaban la acera delante de la panadería. Y al ver cómo de pronto un horroroso rostro se retorcía ante él,  realizando una serie de muecas con la intención de hacerle reír en vano, y obstaculizándole su bella visión, al pobre niño le entró un ataque de llanto tal, que nadie pudo hacer nada por consolarlo. Saliendo desconcertada y algo contrariada la señora  Gendrow de la escena que había provocado.
Como veis, es fácil para cualquier niño, incluso para los más pequeños expresar sus emociones y sentimientos, y nadie podría imaginarse un alma humana que no pudiera hacerlo… Por eso, nada de lo que a continuación les narraré podría semejarse a una situación común, sino sería más bien un suceso como sacado de un extraño sueño.

Corrían tiempos difíciles, para la familia Simons, ya que el cabeza de familia acababa de fallecer en la guerra, sin ni siquiera haber conocido a su futura hija.
Al saber la noticia, la señora Simons, se sumió en la más triste de las desdichas. Tanto la hundió en el abismo que ni siquiera las dulces palabras de consuelo de su desesperada madre surtían efecto alguno en aquel oscuro agujero en el que se deshacía poco a poco entre desconsuelo y llanto.
Mientras la señora Simons  permanecía ensimismada en su agonía, algo siniestro se desencadenaba dentro de ella, en el precioso bebe que estaba engendrando.
 Era tal el dolor que sentía en su corazón que casi lo había consumido por completo, y sin darse cuenta, comenzó a consumir  también el de su preciosa hija, hasta tal punto que ambos desaparecieron de sus cuerpos expulsados por el agónico dolor de una madre deshecha.
  A partir de ahí, el resto de la gestación fue tortuosa, con horribles dolores, que desembocaron en un parto tremendamente complicado, el que por desgracia la señora Simons no pudo soportar, y falleció justo al nacer el bebe.
La abuela, que ejercía de matrona, en la propia alcoba de su hija, comprendió que no había sido el parto, sino el dolor que tenía su hija dentro el que se la había llevado, y con lágrimas en los ojos, contemplaba a la preciosa niña recién nacida, la cual tampoco daba signos vitales.
 Al acercar su oído al pecho del bebé, pudo comprobar que efectivamente, la niña tampoco había podido superar aquel desgarrador parto en el que madre e hija habían sucumbido ante el dolor de una perdida no asimilada.
Pasaron unos minutos hasta que aquella madre, rota por el doloroso desenlace, pudo levantarse de la cama, y con una delicada sabana de hilo rosa que ella misma había bordado para la ocasión, comenzó a liar al inerte bebé. Cuando de repente, pudo observar con entusiasmo como la pequeña comenzó a mover ligeramente las manos.
 La sorprendida abuela  saltó de alegría y con mucha delicadeza sacudió varias veces a la recién nacida, esperando nuevamente hallar algún tipo de reacción por parte  de la niña, cuando de pronto la pequeña  abrió los ojos, e intuitivamente volvió a colocar su oído justo encima del pecho de la pequeña, pero nuevamente no pudo escuchar el latido de la niña, por más que lo intentaba, el  latido era inexistente, era como si la niña hubiera nacido sin corazón. En ese momento la soltó en la cama y dando un paso atrás, comenzó a farfullar entre suspiros y con el rostro desencajado,- ¡Esto es cosa de brujas!-.
Mientras la abuela trataba de permanecer lo más tranquila posible, la pequeña, no emitía ningún tipo de sonido, solamente permanecía inmóvil, siguiendo con la vista los ir y venir de su abuela, sin una mueca o gesto, impasible, insensible a nada, simplemente observando la situación.
Al cabo de quince minutos, y tras decenas de comprobaciones, por fin, la abuela asumió la situación, y comprendió que esta preciosa bebe era única en el mundo, especial, e increíblemente delicada, por lo que mantendría en secreto su situación hasta que la pequeña tuviera uso de razón como para entender tan increíble infortunio.
La sujetó entre sus brazos, y con dulzura le dijo -pequeña, naciste del dolor de una madre con el corazón roto, y heredaste su condena, espero y deseo que algún día, nuevamente puedas recuperar tu corazón, por eso te llamaré Noa, que significa esperanza, para que nunca la pierdas, para que busques firme tu destino y logres algún día recuperar aquello que se te negó, recuperar tus sentimientos, recuperar tu corazón-.
Poco a poco la pequeña Noa fue creciendo, convirtiéndose en una preciosa jovencita de trece años, con una inteligencia fuera de lo normal y un hobby poco habitual para los muchachos de su edad.
 Se podía pasar los días sin comer, nutriéndose de sus mejores amigos, los libros. Le apasionaba la lectura tanto como los deliciosos pastelillos de miel y nueces que su abuela le cocinaba cada domingo antes de desayunar, y que inundaban con su aroma toda la casa permaneciendo constante más de tres días.
Pero había una razón oculta por la que Noa, le dedicaba tantas horas a este hobby, y es que deseaba tanto hallar una respuesta a sus innumerables dudas que no se permitía ni un instante de tranquilidad hasta no encontrar las respuestas. Pero por más y más libros que leía, lo único que descubría eran más y más dudas… -¿Porqué no era capaz de llorar?, ¿porqué no se enfurecía?, ¿porqué no podía sentir amor?-… Noa era un saco sin fondo donde almacenaba millones de preguntas sin respuestas y que cada vez que le transmitía alguna a su abuela, lo único que recibía como contestación era, -aún no estas lista Noa, ya llegará el día-.
Pasaron los meses y llegó el día de su catorce cumpleaños, para Noa cumplir años no era nada especial, ella no tenía ilusión, no sabía lo que era la ilusión, pero ese día era distinto al resto de cumpleaños, en los que sólo ella se sentaba a la mesa con un bonito vestido y acompañada de su inseparable gata Luna. Ese día como regalo iba a recibir tantas respuestas como preguntas tenía sin resolver, por fin había llegado el día en el que su abuela desvelaría el trágico suceso de su nacimiento y el terrible destino al que se habría de enfrentar.
El gélido invierno se había apoderado de las montañas del sur y los nudosos castaños que protagonizaban el jardín de la casa de los Simons habían dejado de regalar sus frutos hacía ya días. El día sucumbía y las primeras estrellas comenzaban a bailar en el firmamento.
Habían pasado ya tres días desde que Noa supo de su carencia de corazón, y desde entonces no había salido de su habitación , simplemente, no podía, ahora tenía una meta. Estaba tan abstraída en su mundo de folios con olor a pan recién hecho y letras de tinta impresa que no tenía tiempo para otra cosa.
Y por fin, al cabo de una semana, Noa, salió de su cuarto, caminando con contundencia, se dirigió hacia la salita de estar, donde, como cada día, su abuela se sentaba en la hamaca al lado de la ventana,  cerca de la chimenea a ojear su álbum fotográfico, con mirada melancólica, pensativa.
Sin más dilación le plantó encima de su álbum un libro, pero no un libro cualquiera, un libro antiguo, con tapas forradas en piel, y con un color en sus hojas que recordaba al otoño. Era un libro muy conocido por la abuela, ya que era como un amuleto en la familia, que había pasando de generación en generación y que nunca nadie supo de su procedencia. El libro trataba sobre antiguas leyendas de misteriosas brujas y bosques siniestros, un libro que la abuela decía siempre que eran cuentos de brujas para niños desobedientes, pero que en realidad escondía una oscura verdad en su interior.
La abuela miró con extrema seriedad a Noa, como nunca antes la había mirado, y le dijo –Mira  Noa, puede que esto te parezca de locos, pero cabe una mínima posibilidad de que recuperes tu corazón, y con él tus sentimientos robados, pero para ello tendrías que correr demasiados peligros, y yo no podría acompañarte, y sinceramente Noa, ya he perdido a demasiados seres queridos como para perderte a ti también, así que no vuelvas a preguntarme jamás por este libro. Lo haré desaparecer por tu bien y por el mío-

Noa vio el gesto de su abuela y pudo entender que la situación era demasiado dura, y que ella no estaría dispuesta a darle más información de la que ya tenía, por miedo a perderla. Así que con gran rapidez y agilidad, la joven le cogió el libro de entre las manos y salió corriendo de la casa, dejando atrás los gritos desesperados de su abuela suplicando que volviera, pero ella no sentía dolor, no sentía remordimientos, y lo único que la movía era su ansiada meta, conseguir su corazón, aunque para ello tuviera que dejarse la vida en ello.
Noa era una jovencita muy inteligente y astuta, y sabía bien que los cuentos del libro no eran más que mapas ocultos tras las letras que sólo había que transcribir y traducir, y desde luego que los años pasados leyendo todo tipo de libros sobre cómo descifrar y desencriptar mensajes ocultos, sin duda, le habían valido la pena.
Eran casi las nueve de la noche, cuando la joven comenzó a adentrarse en el bosque situado a las afueras de su ciudad.
 Noa podía sentir como infinidad de microscópicos cristales de hielos chocaban fuertemente en sus mejillas, provocando el enrojecimiento de estas e innumerables escalofríos que le recorrían todo el cuerpo, cuando por fin pudo avistar a lo lejos, una de las cabañas que se suelen usar como refugio en la época de caza, y ese sería el lugar perfecto para pasar la noche.
No tenía muchas provisiones ya que salió de casa con lo puesto, pero Noa era una chica precavida, y antes de salir de su habitación para dirigirse hacia donde estaba su abuela, había cogido todos sus ahorros y los había guardado bien, dentro de sus calcetines, y gracias a ello pudo comprar algunas provisiones, que le valdrían por lo menos para unos cuatro días.
El viento soplaba con fuerza la cabaña, una ventisca se acercaba, y los tablones de madera vieja y carcomida con la que estaba construida ésta, chirriaban y traqueteaban al compás del silbido del viento, como si de una grotesca sinfonía se tratase. Pero Noa no tenía miedo, Noa no sabía lo que era el miedo, así que impasible retomó su labor, y ya confirmada la sospecha que engendraba este antiquísimo libro, comenzó a descifrar sus ocultos secretos.
Cuando por fin le venció el sueño, la muchacha se acurrucó en una vieja y deshilachada manta de lana color ocre, que aguardaba junto a la chimenea, y poco a poco se dejó llevar por sus sueños.
Pero poco se iba a imaginar ella, que alguien la estaba siguiendo. Luna, su preciosa gatita, de largos bigotes y ojos azabache, seguía muy de cerca sus pasos, con la mala suerte de que la tormenta se le echó encima, y llegó muy malherida a la puerta de la cabaña.
 Cuando Noa oyó unos leves alaridos que provenían del porche de la cabaña, titubeó en acudir a la llamada de auxilio, pero al final se levantó, y caminó con paso firme hacia la  entrada. Al abrir la puerta encontró a su gata, malherida y hambrienta, tumbada al pie de la entrada. Noa se dirigió a ella y con una seguridad rotunda le dijo, ahora no tengo tiempo par ti, estoy demasiado ocupada, y serías un estorbo, y justo cuando iba a cerrar la puerta, Luna la miró, y con la mirada clavada en ella, se desplomó.
Cuando el animal despertó, estaba tumbada, enfrente de una cálida chimenea, y arropada por una vieja y deshilachada manta de color ocre, a su lado Noa la miraba impávida, porque Noa no se compadecía de nadie, y en ese instante le dijo, creí que debía ayudarte, aunque no se muy bien el porqué lo he hecho.
Noa, continuó con sus anotaciones, muy concentrada hasta que el canto de un pequeño pajarillo le avisó de que pronto amanecería, por lo que debía acelerar su ritmo, si quería sacar algo en clave antes de que los primeros rayos del sol comenzasen a despertar al bosque.
Por fin, pasadas las siete de la mañana, Nuestra protagonista, acompañada de su fiel mascota, comenzó a recoger. Una vez guardadas todas las provisiones, se pusieron en marcha hacia el sur, ya que su libro hacía mención a las colosales montañas del sur, las cuales son conocidas por sus innumerables peligros, y según cuentan las leyendas de los más viejos, el espíritu de un oso las guarda para que nadie enturbie su paz, si lo despiertas, toda la ira de las montañas caerá sobre ti. Pero claro, de todos es sabido que no existe tal cosa, y no es más que la conjunción de los vientos que confluyen en esas montañas, las que provocan esas horribles ventiscas.
El tiempo había mejorado levemente, y los rayos del sol derretían la nieve que se había acumulado la noche anterior durante la tormenta. La verdad es que la marcha se le hacía  mucho más liviana en compañía de su gatita.
Al cabo de un rato de caminar, decidió que aquél sería un buen lugar para hacer un receso. Paró junto a un riachuelo tan cristalino que podía reflejar a la perfección las nubes que en aquel momento, presumidas, miraban sus aguas.
 Mientras se disponía a llenar de agua una vieja botella a modo de cantimplora, perdió por un momento de vista a su acompañante felina, la cuál, se había debido de entretener por el camino.
Noa se tumbó encima de una roca, junto al arrollo, para reponer fuerzas, pero algo en su interior  no la dejaba descansar tranquila hasta que no visualizara a su amiga, ya que seguía sin aparecer. Pasó un rato hasta que por fin pudo ver aparecer a su gata, ajena a todo, portando un viejo y roído cordel en la boca, con el que seguía jugueteando mientras su dueña, con un sutil resoplido, inició nuevamente su marcha, acelerando su paso, y mirando de reojo al animal.
Continuaron caminando durante varias horas. El tiempo parecía alargarse al igual que el camino. Un hermoso paisaje les hacía más ameno el camino, e incluso el revoloteo constante de los pequeños insectos que habitaban esos bosques las entretenían como si de una sutíl danza se tratase.
De repente Noa se paró en seco. Había llegado a las faldas de las montañas del Sur, las cuáles eran mucho más imponentes vistas desde esa cercanía.
 Es curioso, desde pequeña las podía contemplar día tras día desde su ventana y sin embargo nunca les prestó la atención que sin duda alguna se merecían.
 Sus paredes verticales y sus nieves eternas, habían conseguido que más de un explorador cesase en su intento por conquistarlas, pero Noa era consciente de lo que estaba en juego, ella sólo quería sentir como el resto de las personas sienten, y cada vez estaba más cerca de conseguirlo.
 La pequeña alzó la vista todo lo que su pequeño cuello le permitía. Al instante un escalofrío helado le recorrió todo su cuerpo, y por un segundo, sintió un incontrolable deseo de regresar, pero ese momento de flaqueza se desvaneció, perdido entre los gélidos parajes de aquella imponente cordillera, y aunque algo extrañada no le dio mayor importancia.
 La pequeña intrépida acompañada de su inseparable amiga comenzaron a subir por las escarpadas laderas. Los vientos comenzaron entonces a soplar, colisionando entre las paredes de aquellos colosales macizos,  produciéndose unos impetuosos sonidos que simulaban los rugidos de un terrible y enfurecido animal.
Tras tres horas de incesante subida, la pequeña comenzó a explorar aquella boscosa zona, esperando encontrar nuevamente algún cobijo, ya que pronto oscurecería y era la primera vez que la niña pisaba esos parajes alpinos. Tal era su espesura, que en la oscuridad de la noche, lo más posible es que nuestra pequeña se perdiera, por lo que su búsqueda era prioritaria.
El frío se sentía cada vez con más fuerza, y el frágil cuerpecillo de la niña hacía tiempo que se había entumecido, al  tiempo que se oía un continuo repicar de dientes al  chocar unos contra otros, de una forma impulsiva e imparable.
El rugido del viento se alzaba imponente sobre el angosto bosque  y el cielo comenzaba a recobrar matices rosáceos, signo que evidenciaba que en esa noche nuevamente habría tormenta, por lo que Noa apresuró la marcha. Por fin, pudo vislumbrar a lo lejos, una pequeña cueva, que tras comprobar que no estaba ocupada, sería un lugar perfecto para guarecerse.
 Sin tiempo que perder la niña se afanó en buscar troncos y arbustos secos, cualquier cosa que pudiera prender para hacer una pequeña hoguera. Cuando reunió leña suficiente cerró sus ojos apretándolos fuertemente, esto lo hacía siempre como un mecanismos para recordar algo que había leído un tiempo atrás en alguno de sus libros, y en voz alta comenzó a  narrar lo que iba visualizando en su memoria a modo de escáner, hasta que consiguió ver la imagen de un libro de supervivencia básica en el que se describía cómo con dos palos de madera secos y frotándolos el uno contra el otro, se podía conseguir encender un fuego.
 Tras media hora de constante rozamiento entre ambos palos, Noa consiguió su propósito, y aunque tímida al principio, la pequeña llama se alimentó de todos los matojos secos que la niña había conseguido reunir y creció formando una hoguera que duraría hasta el amanecer, gratificando el trabajo de la niña.
Acto seguido Noa abrió su mochila sacando algo de pan y queso que aún le quedaba, el resto debían de guardarlo para el día siguiente. La gatita la miró con ojos hambrientos, y juntas se dispusieron a comer resguardadas al calor de la hoguera.
Mientras masticaba el último trozo de queso que le quedaba, y a salvo del temporal que azotaba ferozmente fuera, Noa, miró al cielo, y pensó que estaba viviendo una aventura que jamás hubiera soñado, y que sin duda esto quedaría grabado en su memoria para siempre. Una leve sonrisa se le dibujó en su rostro, pero no por mucho tiempo.
La pequeña nuevamente escuchó cómo el sonido del viento imitaba a la perfección el rugido de un gran animal, quizá un oso, -seguramente- pensó la niña- sea por esto por lo que cuentan esas misteriosas historias los ancianos en el pueblo, sobre el alma errante del oso que guarda de todo intruso los misterios de las montañas-.
Esto hizo que la pequeña dejara de divagar, volviendo nuevamente a la realidad para proseguir con su trabajo, intentando descifrar aquel libro hasta el final, para que le fuera guiando hacia su corazón perdido. Esa noche, Noa y la pequeña Luna, durmieron acurrucadas bajo el cálido abrazo del fuego.
La clara luz del alba despertó a la pequeña gata, y esta a su vez, despertó con un suave maullido a Noa.
-Buenos días pequeña, lista para la aventura?-
Apenas quedaban ya suministros, pero Noa pensó que lo mejor sería seguir adelante, tenía claro que ya estaba cerca de su destino, y no quería retrasarse por nada del mundo.
Antes de desayunar, necesitaba comprobar que la ruta elegida era la que estaba siguiendo, ya que había algo que no le terminaba de convencer.
Sacó el pesado libro de su mochila, y nuevamente, cerró los ojos acariciándolo, sintiendo cada pequeño surco de la encuadernación, y a continuación lo abrió muy cerca de su rostro, para poder inhalar el profundo olor a cuero y pan que emanaban sus hojas, acto seguido se dirigió a las páginas finales del libro.
 A medida que avanzaba las manos le comenzaban a sudar y sus pupilas empezaron a dilatarse. Por fin en la página antepenúltima encontró una cita subrayada en lápiz en la que se podía leer:
- Y fueron los hermanos, agarrados fuertemente de las manos, hacia aquel árbol sin hojas, al que nunca un rayo de luz tocó. Aterrorizados por la espectral visión, los hermanos comenzaron a gritar, pero ya era demasiado tarde y la sabia capturó sus pasos, para siempre.-
Un escalofrío de incertidumbre atrapó la mente de Noa que sorprendentemente, alentó a nuestra intrépida protagonista a buscar ese ansiado árbol embrujado, quizá el le mostraría el camino.
La mañana aunque algo nublada, había vuelto a la calma tras el recio vendaval que azotó las montañas la pasada noche. Noa y su acompañante, se dispusieron a continuar el camino siempre dirección Sur, con la intuición de que ese día les estaba guardando más de una sorpresas.
El camino se iba haciendo cada vez más escabroso, la poca luz que le brindaba el día se fue desvaneciendo y poco a poco, conforme se adentraba más en la espesura, una densa niebla les cegaba y caminar entre los enormes abetos, robles y encinas que componían aquel oscuro paisaje se hacía cada vez más cuesta arriba.
El silencio era atronador, roto de vez en cuando por el graznido de un cuervo, que al parecer les iba siguiendo desde hacía tiempo.
Luna, aterrorizada permanecía junto a Noa, sin perderla de vista ni un solo momento. Un crujir de ramas alertó a la niña, que inconscientemente miró hacia atrás. En ese mismo instante, la niña y su gata tropezaron con una enorme raíz, y al caer rodaron y rodaron por un siniestro socavón, que permanecía oculto por un manto de ramas y hojarasca. La niña gritaba mientra se golpeaba con las pareces de aquel túnel, que parecía no tener salida.
Al final de ese retorcido nudo de pasadizos, Noa y su pequeña acompañante cayeron bruscamente al suelo desde una altura de unos dos metros, aterrizando destartaladamente en un suelo pantanoso. Ambas amigas se miraron mutuamente totalmente aturdidas, luna maulló algo dolorida y por un momento, miraron a su alrededor aún sentadas en aquel húmedo suelo.
Era como una especie de madriguera gigantesca, la cuál estaba rodeada por extrañas unas enredaderas cubiertas de puntiagudas espinas. Apenas entraba luz en aquel agujero, y el olor allí abajo era tan rancio y húmedo que casi no se podía ni respirar. Hacía un desagradable calor, y embarradas gotas de agua caían desde el techo de aquella cueva enturbiado más si cabía la serenidad de Noa.
Noa no entendía cómo había llegado hasta ese oscuro lugar y tras comprobar su situación, decidió que de nada le servirían todas aquellas dudas sin respuesta, así que apoyó sus manos sobre el barro, y se incorporó con algo de trabajo cogiendo a su gata, para que no se ensuciara más de lo que ya lo estaba.
Comenzó a seguir el pasadizo buscando con la vista algún indicio que le indicara dónde se encontraba la salida, pero no encontraba más que oscuridad, silencio, y lodo en sus botas.
Tras caminar sin orientación a lo largo de ese pasadizo durante veinte minutos, Noa comprobó que a lo lejos se vislumbraba una pequeña luz azul, tan brillante que alumbraba el recorrido hasta ella. Entonces la niña corrió con todas sus fuerzas, cayendo una y otra vez en el barro, sin que nada le frenase. Quería salir de aquél tétrico lugar lo antes posible.
Pero lo que encontró al llegar a la luz azul no era ni mucho menos una salida hacia el exterior, lo que La pequeña Noa tenía justo en frente suya era un enorme y colosal roble con ramas tan gruesas que no podía lograr abrazar, y del que emanaba una sabia luminiscente, que era la que iluminaba todo el tiempo el final del camino.
Nuestra pequeña permaneció congelada, perpleja ante tal hallazgo, y algo en su interior le atraía a acercarse a aquella luz, era como si aquél árbol la estuviera hipnotizando, y comenzó a caminar lentamente, acercándose más y más hacia esa riachuelo tan brillante e intenso que semejaba a las estrellas en el firmamento.
En ese mismo instante Luna se le atravesó en medio de su camino, provocándole una frenada en seco. La gata estaba como loca, maullaba y gemía como nunca antes la había visto. Al instante la niña despertó de su letargo y confusa, escuchó en silencio las voces que surgían de entre las ramas. Eran pequeñas voces infantiles, que le alertaban una y otra vez para que no tocase la sabia azul. Voces y quejidos de ramas formadas por almas cautivas de lo que en un tiempo atrás fueron niños perdidos, y sucumbieron a la belleza de aquel hipnótico brillo.
Rápidamente Noa echó un paso hacia atrás y sin pensárselo dos veces, cogió impulso y saltó el pequeño riachuelo dejando atrás el árbol maldito.
Cuando por fin lo atravesó, la niña suspiró ya a salvo, cuando observó horrorizada que delante de ella no había nada, sólo una enorme paredes de piedra y barro, un muro que contenía un misterio que debía permanecer a oscuras para siempre.
 Pero, -¿Cómo podría salir de ese inframundo? ¿Cuál sería el siguiente paso a dar?-
Rápidamente nuestra protagonista se puso a observar con detenimiento aquel muro de piedra, investigándolo y comprobando cualquier minúscula señal que le pudiera dar alguna pista de cómo salir de aquél pasadizo, pero no halló nada. Cansada de buscar la salida, la pequeña se sentó en el húmedo barro y tras limpiarse exhaustivamente las manos con su chaqueta gris, de nuevo sacó como último recurso su libro, el que ya se había convertido en su talismán.
Como cada vez que lo leía pasó sus manos por la suave piel que lo envolvía, pero esta vez al abrir el libro el suelo comenzó a temblar, y la sabia azul de aquel siniestro árbol tornó blanca. Noa  observó inmóvil cómo poco a poco el rumbo que tomaba la hilera de sabia, que se adentraba en una hendidura en el interior de la tierra, cambiaba mágicamente dirigiéndose peligrosamente hacia ella. La pequeña niña dio un salto y se impulsó en otra dirección para evitar ser tocada por ella, cayéndosele al mismo tiempo el libro al suelo sin que la pequeña pudiera hacer nada para evitarlo, pues era demasiado arriesgado.
En ese momento el libro comenzó a sacudirse bruscamente a medida que la sabia blanca se le acercaba, hasta ser engullido totalmente por esta.
Noa se sentía asolada, y por primera vez en su vida unas tímidas lágrimas rodaron por sus mejillas sin percatarse de ello, pues estaba totalmente espantada por aquella dolorosa visión.
Por un momento todo quedó en calma, ya el libro ni siquiera se intuía y el temblor había cesado, la joven permaneció inmóvil en pie junto al ocuro árbol y agarrando fuertemente a su mascota, cuando un terrible rugido surgió como de entre las entrañas de la tierra. La extraña textura de aquel líquido comenzó a endurecerse, y poco a poco fue tomando forma ante la mirada atónita de la niña.
Aquella figura fue creciendo más y más hasta llegar a encorvarse  al no tener altúra suficiente y pudiendo colisionar con el techo de aquel agujero. Cuando paró de crecer, comenzó a tomar más apariencia de ser vivo, sus garras se podían mover y un grueso vellón parduzco hizo adivinar a la pequeña Noa que sin lugar a dudas se trataba de un enorme oso, el cuál no dejó ni un instante de clavar su mirada en ella, tan profunda como el mismo bosque al que pertenecía.
-Te estaba esperando Noa, por fin has llegado-
 Una voz atronadora salió de aquella bestia, casi sin gesticular. La pequeña permaneció unos segundos en silencio, mientras la voz continuaba.
- Muchos misterios aguardan sin resolver en este mundo pero sólo los elegidos podrán desvelar el suyo. Tú Noa, desciendes de los antiguos hechiceros que un día habitaron estos bosques, guardas la sabiduría dentro de ti, pero aún no has sabido encontrarla. Dime Niña, ¿qué pregunta deseas formular?-
Noa , echó un paso al frente, y  tras un leve carraspeo con la intención de disimular  inútilmente los nervios dijo:
 -Lo que más deseo en el mundo es saber porqué nací sin corazón y cómo puedo recuperarlo-
En ese momento, el oso cambio nuevamente de apariencia volviendo a su estado inicial, y tras unos segundos de incertidumbre, el suelo y toda la cueva volvieron a temblar, produciéndose grandes desprendimientos de piedras y barro de la parte superior.
Noa retrocedió entonces dando grandes zancadas, hasta topar su espalda con la pared. Sus manos temblaban y su respiración cada vez estaba más acelerada. Jamás había experimentado esta sensación y sin duda, deseaba no volverla a experimentar nunca más.
 Nuevamente el estado del mágico líquido comenzó a transformarse, cambiando de líquido a sólido en tan sólo unos segundos, pero esta vez desprendió una luz tan intensa que ni la del propio sol la podía igualar. Noa y Luna tuvieron que girar sus cuerpos y protegerse a causa de la magnitud de aquella iluminación, de lo contrario hubieran quedado cegadas para siempre. Pero esta vez no apareció ningún animal.
Noa se acercó con sigilo y desconfianza, puesto que todo esto había superado sin dudas, las expectativas que ella tenía acerca de la supuesta cabaña en el bosque, con la vieja bruja. Claro que nunca se deben creer a ciencia cierta lo que cuentan las historias, y mucho menos las que se convierten en leyendas. Sin embargo, algo le decía que debía ir hacia esa nueva forma que se estaba creando.
Al cabo de unos minutos, la joven pudo reconocer la nueva forma que había tomado. Con gran sorpresa observó atónita cómo de un gran oso el líquido se había transformado en un espejo. La gatita se acercó curiosa y se puso a jugar con el nuevo amigo que había encontrado justo delante de ella, y nuestra protagonista se puso justo delante de su reflejo, observando pasmada cómo en él no aparecía nada, NADA excepto su reflejo y obviamente el de su juguetona compañera.
Noa no entendía absolutamente nada, toda su vida había esperado justo este momento en el que por fin entendería el porque de su peculiar desgracia, había escapado de su casa, atravesado bosques oscuro, sufrido tempestuosas tormentas, pasado hambre y frío, había vivido terribles momentos de incertidumbre y pánico, y  mil cosas más, ¿¡y todo para eso?!, ¿¡para verse reflejada en un espejo?!.
Para sorpresa de la niña, en el reverso del espejo habían escritas unas letras, en las que se podía leer una frase que decía así:
“tu reflejo es el eco de tu corazón”
La niña no comprendía nada, no paraba de repetir mentalmente esa frase, hasta que una de las veces alzó la voz, y simultáneamente en el reflejo del espejo comenzó a verse algunos de los recuerdos y situaciones que ella había vivido en el transcurso de su aventura.
Al principio la pequeña se sentía desconcertada, pero a medida que iba observando los sucesos que le ocurrieron hasta llegar allí, pudo entender el porqué de aquel espejo, el porqué de aquella visión.
A lo largo de su corta vida, se había afanado en la búsqueda incansable de una respuesta que la llegó a obsesionar tanto, que no vivió más experiencias que las que podía leer, y no se relacionó con más personas que las que pudiera imaginar. Había vivido por y para su obsesión si darse cuenta de que la respuesta la tenía justo delante de ella, la respuesta siempre fue ella, sólo debía confiar en sí misma, sólo debía dejarse llevar y sus sentimientos surgirían de sus experiencias.
La pequeña estaba desbordada, demasiados sentimientos acumulados durante años que comenzaron a estallar dentro de su pecho con tal fuerza que la dejaron exhausta, poco a poco fue cayendo lentamente al suelo, susurrando una y otra vez las palabras que el espejo puso en sus labios…- tu reflejo es el eco de tu corazón…tu reflejo es el eco de tu corazón…tu reflejo…-hasta sucumbir en un profundo sueño.
Unos golpes secos la despertaron bruscamente. Cuando la pequeña abrió los ojos, apareció en su habitación, rodeada de libros y tendida en la cama con la ropa aún puesta. Nuevos golpes se sintieron en su puerta, y aunque muy confundida, respondió a la llamada. Su abuela estaba muy preocupada, ya que llevaba horas en la habitación, y aunque eso era común en ella, al no haberla visto salir ni tan siquiera para merendar, fue en su busca para cerciorarse de que todo iba bien.
Noa no daba crédito a lo que veía, no sabía cómo había llegado hasta la habitación y ni mucho menos podía comprender cómo su abuela no recordaba el momento en el que se escapó de su casa.
-Quizá todo ha sido un sueño-, se decía una y otra vez. Y por fin se atrevió a contarle lo sucedido a su abuela, quien como era de esperar, lo achacó a una sobredosis de lectura épica, como le decía bromeando su abuela, cuando llevaba demasiadas horas en su habitación, y la pequeña salía de ella con los pelos alborotados y una leve neblina en su mirada.
- Noa, ¿desde cuándo tú naciste sin corazón pequeña? ¡Eso sería imposible!, pobre pequeña mía, ya has sufrido otra de tus sobredosis de lectura, y lo del gato…eso es lo que menos me creo, jajajaja si te dan miedo hasta las mariposas, anda pequeña, baja a la cocina que te he preparado un chocolate calentito, te ayudará a despejar las ideas.-
Su abuela salió de la habitación, entornando la puerta a su paso.
La niña estaba muy confundida, pero ¿cómo sino hubiera llegado hasta su habitación?, y ¿cómo era posible que su abuela no recordara nada de lo sucedido antes de su partida?.
Noa levantó el libro que tenía entre las manos, con el cuál se había debido de quedar dormida, y al alzarlo lentamente encontró justo en el último párrafo de aquella pagina una frase escrita en cursiva que decía “tu reflejo es el eco de tu corazón”.
No cabía duda de que todo aquello había sido un sueño, y formaba parte de un mundo que Noa había construido a lo largo de los años, para resguardarse del dolor que le producía la perdida de sus padres, algo de lo que jamás pudo hablar con nadie.
La niña se puso en pié, secó sus lágrimas, se miró al espejo durante unos segundos, y salió de su habitación diciendo:
-Abuela, necesito que hablemos de mis padres…-

Un brillo en sus ojos las unió, y un corazón antes roto, de nuevo resurgió.

                                                                                                                Inés García Écija

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